Soy una enamorada de los libros, Luis me hizo serlo, y hoy no concibo mi vida, mi casa, sin libros. Tenemos tantos que mi padre dice que el departamento donde vivimos se va a caer por el peso, pero qué nos importa, si tenemos nuestra gran familia permanentemente aquí con nosotros, despertamos con ellos todos los días, nos dormimos con ellos en el velador o la estantería, podemos recurrir a ellos cada vez que tenemos dudas o necesitamos consejo, y además de todo eso, me dan seguridad y confianza en mi trabajo. ¿Cuántos de ellos trabajaron en silencio desde sus casas, fotografiando todo aquello que los rodeaba sin nunca mostrarlo? ¿O mostrando sólo una pequeña parte? ¿Cuántos errores hasta llegar a la copia “perfecta”? No estoy sola, todos ellos me acompañan desde cerca, y están ahí para cuando necesito un amigo incondicional que me muestre su mundo, sus dudas, sus certezas. Aprendo de ellos infinitas cosas, a veces dichas en sus textos (¡qué bien escriben algunos!) y otras sólo sus imágenes, que busco tantas veces a modo de reafirmación. También descubres mundos, que alegría descubrir un nuevo fotógrafo, o volver a los clásicos. Soy una fanática de Lewis Carroll, pero no sólo por sus fotografías (¿se han fijado que en sus fotos de niños ninguno sonríe? Sólo una) sino por toda su obra y su ser, que hombre tan completo! Consecuente con sus ideas y tan fuerte que persiste en ellas hasta el final. A él lo tengo siempre muy cerca de mi velador, uno o dos libros siempre esperando ser abiertos. Veo sus páginas al azar, de atrás hacia adelante, leo y releo sus cuentos, sus acertijos, sus diarios.
Otro que tengo siempre a mano es Ralph Eugene Meatyard, hay que tener por lo menos uno de sus libros, sino todos ya que cada uno de ellos habla de manera diferente. El sabía de su importancia como fotógrafo y es por esto que cuando en Estados Unidos se hizo una historia de la fotografía y él no aparecía en ella, imprimió sus datos los adjuntó como una especie de afirmación. Y por supuesto que tenía razón!
Pero hoy les quería contar de un par de libros que dormían en la biblioteca y que hoy encontré. Uno de ellos es Irving Penn Platinum Prints. Poco habló en su vida, creo que dio sólo una entrevista y sólo Avedon pudo fotografiarlo. Puedes vislumbrar un poco de él en su libro Worlds in a small room, donde escribe el prólogo, pero en grueso es un misterio hasta hoy. En este libro no es él quien habla, sino Sarah Greenough y explica cómo Penn encontró un lugar en la fotografía (un lugar personal, único y solitario) cuando comenzó a trabajar en Platinum Print. Porque luego de un día de trabajo en Condé Nast, fotografiando modelos y toda clase de socialités, tenía su escape en esta técnica, pasaba horas y días perfeccionándola hasta llegar a la copia perfecta (si es que a alguna copia puede llamarse “perfecta”), era su mundo que no compartió con nadie, no lo enseñó a nadie y que Lisa Fonsagrives apoyó e incentivó. “…Dejó de hacer Platinum prints en los 90, luego que Lisa muere a él se le hace muy difícil volver a aquella casa donde tenía tantos recuerdos…” Vale la pena mirar las copias (una reproducción de Paltinum nunca será lo mismo que ver un original, pero uno puede hacerse una idea del resultado) y leer los textos.
El segundo libro que quería compartir es Paul Strand, The Garden at Orgeval, con la selección y textos de Joel Meyerowitz. Sólo por sus hermosas fotografías vale la pena, aún no he tenido tiempo de leer el texto, pero Strand lo dice todo en una frase. Está todo ahí, en la puerta de mi casa. No es necesario viajar a India o la Antártica para hacer buenas fotos (¿qué es una buena foto?) si no que es una búsqueda interior que finalmente puedes reflejarla cerca o lejos de casa.
Mi familia fotográfica es apoyo y sin ellos me sentiría coja, hacen bien para el alma y alegran estos días de invierno e intenso trabajo.